Esta semana, en el taller de cuentacuentos, invité a las participantes a narrar sus historias.
No a leerlas. A contarlas.
Al principio, sus miradas estaban fijas en el papel. Pero cuando levantaron la vista, algo cambió.
Los brazos empezaron a moverse, los rostros se llenaron de expresión y las historias, esas mismas que ya conocíamos, cobraron otra vida.
Narrar no es leer
Leer y narrar parecen similares, pero son dos lenguajes distintos.
Cuando leemos, seguimos cada palabra del libro. Honramos lo que el autor escribió.
Cuando narramos, el cuento pasa por nuestro cuerpo. Sale por los ojos, las manos, la voz.
Podemos dejar fuera frases, inventar otras, cambiar el ritmo, respirar distinto.
Narrar es vivir la historia mientras la contamos.
Y en esa entrega, el público, niños o adultos, siente que le hablamos a cada uno, personalmente.
El cuerpo como libro
En la narración oral no hace falta sostener un libro.
El libro somos nosotros: nuestros gestos, nuestras pausas, nuestra mirada.
Podemos acompañarnos de objetos, telas, piedras o títeres… pero la verdadera magia está en la presencia.
Es lo que nos permite improvisar, sentir al público y moldear el cuento según su respiración.
En tiempos de pantallas
Hoy, muchos docentes, narradores y familias cuentan historias desde una cámara.
No es lo mismo que tener a los oyentes cerquita, pero sigue siendo narrar.
Sigue siendo un acto de conexión, aunque haya una pantalla en el medio.
Porque narrar es eso: mirar, escuchar y compartir.
Y cada vez que alguien se anima a dejar el libro y levantar la vista, el cuento respira.
Si la experiencia de narrar te ha cautivado y deseas seguir explorando el impacto de estas prácticas, te invitamos a profundizar más sobre el poderoso vínculo entre la literatura infantil y la narración oral como herramientas de conexión. Además, para que veas cómo la magia de la narración cobra vida incluso en los medios digitales, demostrando que la voz, el gesto y la presencia son posibles también detrás de una cámara, no dejes de ver los videocuentos narrados por Pipi.

