Hay momentos en los que el cuento no puede esperar.
El pijama todavía no está puesto, el cepillo de dientes quedó a medio camino… y de repente se escucha:
“¿Me contás un cuento, Pipi?”
Improvisar historias no es un talento oculto. Es una práctica, una mirada, un juego.
Y la buena noticia: todas podemos hacerlo.
Inspirate en lo que ya aman
Tené en mente los cuentos o películas favoritos de tus peques.
Podés usarlas como punto de partida y cambiar algunos elementos:
el protagonista,
el lugar,
o la época.
De pronto, Caperucita no vive en el bosque sino en una nave espacial, y los tres cerditos construyen casas… ¡debajo del mar!
🧸 Usá lo que tengas a mano
A veces las mejores historias están en casa:
una cuchara que se pelea con el tenedor,
una media que busca a su melliza perdida,
o los autitos que deciden viajar en el tiempo.
Cada objeto puede tener voz, sueño o secreto.
Solo hay que animarse a escucharlo.
Jugar al “¿y si…?”
Mi favorito.
¿Y si viviéramos en Saturno?
¿Y si nuestras mascotas fueran al colegio?
¿Y si un pingüino se mudara al barrio?
El “¿y si…?” abre puertas infinitas.
Y además, permite que las historias sigan: un “continuará” para mañana, pasado o la próxima noche.
Las sagas también nacen en la cama.
💫 Cuidemos la magia
A veces queremos que el cuento enseñe algo, que deje una moraleja útil. Pero si forzamos el mensaje, los peques lo notan enseguida.
Ellos no buscan sermones. Buscan conexión.
Si el aprendizaje se da de forma natural, genial. Si no, déjalo fluir.
Porque un cuento contado con amor ya enseña, sin tener que decirlo.

